No es casualidad que la foto elegida para abrir el blog en este cálido verano sea la de la antigua piscina municipal, aunque en una imagen que pocos habríais visto.
Durante más de quince veranos fui Fernando “el de la piscina” y tengo que reconocer que fueron unos años muy buenos y parte importante de mi vida, además de un rincón de Nava que muchos tendréis en el recuerdo.
La antigua piscina tenía la ubicación perfecta, junto al polideportivo y el resto de la zona de deportes, lo que hacía que muchos pudieran practicar alguno y después meterse en la piscina a darse un baño. Pero después de varias reformas sus instalaciones fueron quedando obsoletas y encajonadas, sin posibilidad de ampliación y de dar un servicio más amplio a un pueblo grande como el nuestro.
Recuerdo que cada grupo o cada persona tenía una zona preferida de la piscina para colocarse, seguro que todo el que esté leyendo esto, estará pensando cuál era la suya. Desde el glamour local de las mañanas, con la zona de los maestros junto al botiquín, a la zona de las madres en torno a la piscina pequeña, (aunque os recuerdo que estuvimos muchos años sin ella y los más pequeños se tenían que conformar con chapotear en aquellos horribles lavapiés.)
Muchos de los que estéis en torno a los treinta años recordaréis que se cerraba al mediodía, y echaréis de menos esos dos trampolines “de lo hondo”, o el paredón del Poli donde a media tarde se podían freír huevos. Incluso el césped, mejor dicho la hierba pues se trasplantó en su día desde eras cercanas; o las acacias que perdían miles de hojas diarias que iban a parar al agua (¿a quién se le ocurriría plantarlas en una piscina?)
Y cómo olvidar a Dª Gloria, la boticaria, como era la Delegada de Sanidad cada visita que nos hacía la temíamos más que un “triunfito” a Risto Mejide. Nunca le dimos muchos problemas pues modestia aparte, pese a la antigüedad de las instalaciones creo que supimos mantenerla adecuadamente.
Durante más de quince veranos fui Fernando “el de la piscina” y tengo que reconocer que fueron unos años muy buenos y parte importante de mi vida, además de un rincón de Nava que muchos tendréis en el recuerdo.
La antigua piscina tenía la ubicación perfecta, junto al polideportivo y el resto de la zona de deportes, lo que hacía que muchos pudieran practicar alguno y después meterse en la piscina a darse un baño. Pero después de varias reformas sus instalaciones fueron quedando obsoletas y encajonadas, sin posibilidad de ampliación y de dar un servicio más amplio a un pueblo grande como el nuestro.
Recuerdo que cada grupo o cada persona tenía una zona preferida de la piscina para colocarse, seguro que todo el que esté leyendo esto, estará pensando cuál era la suya. Desde el glamour local de las mañanas, con la zona de los maestros junto al botiquín, a la zona de las madres en torno a la piscina pequeña, (aunque os recuerdo que estuvimos muchos años sin ella y los más pequeños se tenían que conformar con chapotear en aquellos horribles lavapiés.)
Muchos de los que estéis en torno a los treinta años recordaréis que se cerraba al mediodía, y echaréis de menos esos dos trampolines “de lo hondo”, o el paredón del Poli donde a media tarde se podían freír huevos. Incluso el césped, mejor dicho la hierba pues se trasplantó en su día desde eras cercanas; o las acacias que perdían miles de hojas diarias que iban a parar al agua (¿a quién se le ocurriría plantarlas en una piscina?)
Y cómo olvidar a Dª Gloria, la boticaria, como era la Delegada de Sanidad cada visita que nos hacía la temíamos más que un “triunfito” a Risto Mejide. Nunca le dimos muchos problemas pues modestia aparte, pese a la antigüedad de las instalaciones creo que supimos mantenerla adecuadamente.
Uno de los deportes locales veraniegos y nocturnos de aquellos años (no sé si ahora también) era saltarse a la piscina a darse un baño. Tengo que decir que no me parecía nada grave, pero como responsable era mi obligación tomar medidas si pillaba a alguien in fraganti. En tanto años hemos pillado a mucha gente pero quiero recordar algunos casos por lo cómico o peculiar.
La más divertida fue cuando entré a las tantas de la mañana y estaban bañándose desnudos tres heavys de la peña Pinreles con una asidua lectora de este blog. Al verme, los tres “valientes” saltaron disparados la tapia y echaron a correr en pelotas en dirección a la cañada, dejando a la pobre chica sola dando la cara. Pero como se dejaron cosas, cuando creyeron que me había ido volvieron, momento que aproveché para identificarlos y presentar la correspondiente denuncia, que luego retiré como tenía por costumbre. Se habló mucho de ello entonces y se dijo de todo de la pobre chica pero ya aclaré en su momento que ella no iba desnuda y hoy lo recordará como una anécdota graciosa.
Si divertido fue pillar a éstos, sorprendente fue cuando fui a apagar los aspersores un sábado a las seis de la mañana y me encontré con la mitad parados, algo que sólo sabían hacer los “de casa”. Nada me habría gustado más que denunciar a uno de los que me encontré muy acaramelados en un rincón, a uno digo porque la otra era ¡la propia socorrista!… La cosa quedó en una reprimenda.
Podría poner más casos, desde algún concejal socialista saltándose a una propiedad municipal, hasta los que se dejaban la cartera con la documentación a lo Torrente.
Pero si hay algo que lamento, es que desde que dejé la piscina, ya casi no conozco a los niños de Nava. Antes por aquello de los cursillos y el trato diario me conocía a todos casi con nombre y apellidos y recuerdo que cuando hice de Rey mago en una cabalgata, los pequeños se quedaban alucinados de que el Rey Melchor les llamara a cada uno por su nombre.
No sé si seguirá yendo mucha gente a la piscina, pero aquellas riadas de gente con los años fueron disminuyendo, quizás por el menor número de veraneantes y el aumento de piscinas privadas y públicas en los alrededores (vimos nacer y crecer a las de Nieva y Santiuste entre otras) aunque nunca faltó una clientela fija que hasta gastaban más de un abono por temporada.
Desde aquí quiero dar las gracias a todos los que vivieron la antigua piscina, a los que pese a sus limitaciones, al igual que yo guardan un buen recuerdo de ella, por centro de reunión veraniega o por lo que sea. Gracias a los que fuisteis, y por su ayuda gracias sobre todo a mi familia, especialmente a mi madre (sus tortillas duraban minutos) y a mi hermano Roberto, juntos crecimos en la piscina y juntos formamos un tándem que siempre recordaré.