En pleno verano y cuando el calor aprieta cuesta hasta escribir y quizás no es el momento para debates serios o de hondo calado local. Por eso creo que sería interesante hacer un repaso a esos buenos momentos de la época estival que más recordamos, o los que más nos gustan actualmente. Cada uno tendrá los suyos y yo abro el camino con algunos de mis momentos veraniegos favoritos. Sólo una pequeña selección que podría empezar en la infancia.
Cómo añoro jugar en las eras junto a la Carretera de Santiuste, las mismas que ahora están llenas de chalés, jugar preferentemente a algo que no fuera fútbol, aunque teniendo un amigo como Millán eso era tarea difícil.
En esas eras pasamos muchas horas de nuestra infancia y en verano se multiplicaban. Recuerdo el bodón que se formaba en la zona, con ranas, renacuajos y todo tipo de bichos que los niños de ahora solo verán en TV. Cómo nos gustaba hacer presas con arena y agua, subir a los paquetes de paja de los alrededores, meternos en los montones de cebada tan calentitos, hacer cabañas en los sitios más insospechados y recorrer el pueblo encontrando una aventura cada día.
Cómo olvidar la llegada de los veraneantes, cada grupo de niños teníamos alguno entre familia y amigos. En mi caso, de pequeño eran los sobrinos de Angélica la del cine. En su piscina aprendí a nadar, y los juegos de aquellas largas tardes de verano nunca los olvidaré. Eran buenos chicos a los que en aquella época idolatraba por el halo que traían de chicos de ciudad, aunque ese halo y su vinculación con Nava se les fue cayendo hasta la suela de los zapatos de su grandísima tía.
Siguiendo con veraneantes, quienes sí me han cautivado desde pequeño y lo siguen haciendo, son mis amigas Raquel y Yuli, las mañas. Llegaban cada verano, con una belleza y un estilo fuera de lo normal y arrasaban en todos los sentidos. Puedo decir muy alto que son mis mejores amigas y con quien más me he reído a lo largo de los años.
Con la adolescencia llegaron las noches de pipas y conversaciones en el parque, algunos girasoles, melones y sandías de dudosa procedencia y por supuesto, la piscina pública, aunque en mi caso no desde un punto de vista tan de ocio como el resto de naveros. Siempre he dicho que pasé algunos de los mejores momentos de verano de mi vida en la antigua piscina, lo mantengo y seguro que muchos de vosotros también.
Y no había verano en la piscina sin las innumerables familias de emigrantes franceses que volvían al pueblo con sus hijos, ya más del país vecino que de éste, pero viviendo cada minuto de las vacaciones como algo para llevarse muy dentro y volverlo a recordar en un invierno a miles de kilómetros. Este era el caso de mi amigo Jorge y sus hermanos Sergio y Federico. Hoy sus padres ya viven jubilados en Nava pero cada vez es más difícil volver a ver a Jorge, un gran amigo con quien viví veranos inolvidables.
Ya de más mayor, a veces el largo verano parecía un desierto, pero cada jueves aparecía un oasis, un oasis llamado Pedrajas. Hace mucho que no voy y no sé si seguirá el mismo ambiente nocturno, pero la noche de los jueves de verano estaba reservada a la marcha de Pedrajas. Esa noche suponía una válvula de escape a tanto gañán de discoteca rural y suponía ver a chicas arregladas de verdad, frente a tanta cazadora y pantalón vaquero como uniforme nocturno.
Pero quizás lo mejor de los veranos, y algo que al estar trabajando la mayoría de ellos no he podido disfrutar mucho, es la sensación de no tener nada que hacer. En su momento, esa sensación de haber aprobado todo(no siempre) y no tener más responsabilidad que esperar la llegada del otoño para volver a empezar el curso. Esta paz, esta relajación, suele desaparecer con los años, los hijos, las hipotecas, pero que bueno era ser consciente, a 35 grados a la sombra, de la cantidad de días que aún quedaban para volver a la rutina. MMMMM