Irene Tapia, está viviendo esta crisis sanitaria trabajando
como auxiliar de enfermería en el Hospital general de Segovia. Desde Nava de la
Asunción se traslada cada día para formar parte del personal de refuerzo del
turno de noche. En su caso, lleva desde 2017 trabajando hasta seis meses al año con
contratos temporales, los cuales se verán ahora incrementados con la crisis
sanitaria provocada por el coronavirus.
De 10 de la noche a ocho de la mañana Irene y sus compañeros viven en primera línea una situación que parece mejorar en los últimos días, aunque han llegado a tener noches con hasta ocho ingresos y con sillas ocupando los pasillos del centro hospitalario. “Hay noches que no te puedes ni sentar. Otras sí, pero sentarte y poco más, porque hay gente con muchas patologías, con problemas respiratorios y tienes que entrar cada dos por tres a echarles un ojo. Los protocolos nos marcan que tengamos el menor contacto posible, porque es un riesgo de contacto, pero sin interferir en las labores que tienes que realizar” destaca Irene, recordando algunas de las diferentes labores que realiza junto a sus compañeros, “ayudamos a los enfermeros, vemos temperaturas, ayudamos a tomar medicinas, todas las medidas de higiene y lo que necesiten los pacientes, que tratándose de respiración pueden ser muchas, desde cambiar humidificadores a controlar el oxígeno”.
El paso de los días también ha hecho que se afronte de otra manera lo que para todo el personal del hospital es una situación nunca vista, llegando a mejorar a nivel organizativo, en parte gracias a que ya no hay tanta concentración de gente en el centro, e incluso ya se puede quedar libre alguna habitación por la noche. “Antes era correr y limpiar porque entraba otro paciente nuevo. Ahora está más desahogada la zona de hospitalización, aunque las zonas de UVI y zonas comunes son las que más carga viral tienen y son las que están más colapsadas. Y van a tardar, porque estas patologías son muy largas y quien está malo, aguanta tranquilamente un mes malo. Esas no se van a desahogar tan fácilmente, tardarán. Son muchas plantas y todas con pacientes de Covid-19. Lo normal es que poco a poco se vaya liberando alguna planta, Dios quiera que alguna recupere sus funciones para otras cosas de gravedad” comenta Irene, sorprendida a su vez por la ausencia de otras patologías ajenas al Covid-19, “he estado en muchas plantas diferentes y nos preguntamos dónde estarán esas apendicitis, esas piedras en la vesícula, esos problemas intestinales. ¿Dónde estará toda esa gente? porque no sabemos, es curioso”.
Uno de los aspectos que más sigue preocupando al personal sanitario son las medidas de seguridad y el acceso a los equipos de protección individual (EPI), “los supervisores hacen todo lo que pueden, porque a ellos el material les llega con cuentagotas y a través de ellos a nosotros. Te van buscando con lista de nombres y están pendientes de que no te falte. Ahora, los protocolos estándares no los podemos llevar a cabo, porque no hay material para ello, así que nos las ingeniamos para hacerlo lo mejor que podemos. Hay veces que llegas a trabajar y hay muchas batas y otras, no las hay. Yo me hago mis propias batas. El día que llego y no hay, las utilizo. No se puede hacer más, porque está el hospital a reventar y nos dan lo que pueden”. Irene también cuenta cómo está viendo contagiarse a varios de sus compañeros dentro del personal del hospital,” auxiliar de enfermería y enfermería, que es lo más directo que yo tengo, sí que caen, pero afortunadamente van mejorando. Son gente leve que lo está pasando en su casa, no han necesitado estar ingresados, salvo algún celador y médicos compañeros nuestros”.
Las medidas de seguridad para Irene no cesan al terminar la jornada laboral, intentando ser lo más estricta posible antes de volver al domicilio familiar que comparte con Rubén, su marido y con sus hijos, Manuel y Gabriel, de diez y seis años. “Cuando vengo del hospital ya vengo duchada, con ropa limpia cambiada y ya me he fumigado mis deportivas con agua y lejía. A mi casa entro por la cochera donde me desnudo íntegra y meto todo a la lavadora, todos los días. Mi marido es el que tiene un poco más de miedo y me dice que tenga cuidado, incluso con el móvil cuando me lo llevo a la boca. Lo que más pena me da es cuando mi hijo pequeño me pregunta todos los días al llegar a casa si hoy traigo el coronavirus y le tengo que decir que lo he dejado en el hospital o cuando me dice que le gusta la canción de Resistiré pero que le da tristeza porque me puedo morir. Eso me rompe, porque me doy cuenta de que por mucho que sean niños, son conscientes de dónde y a qué voy al hospital y lo que me estoy jugando” subraya Irene mientras tiene un recuerdo para sus padres, a los que solo ve cuando va a recoger las batas de protección que su madre le confecciona, “cuando me hace una tanda, voy a su casa, aviso, ellos se ponen mascarilla y guantes, yo igual y siempre a dos metros de distancia me las pasan y para casa”.
Secuelas
Irene no cree que esta situación esté dejando secuelas físicas entre sus compañeros,” secuelas físicas quizás por el cansancio, pero como pueda ser en cualquier otro puesto de trabajo. Psicológicamente, hay muchas cosas duras que estás viendo y oyendo, porque estás tratando con gente enferma que está sola y ese aislamiento durante tanto tiempo da mucho que pensar, con cambios de actitud, ausencias, te transmiten sus sentimientos y son cosas que te hacen salir un poco tocada. Es una enfermedad brutal que estamos apaciguando, pero que no sabemos cómo atajarla”, señala esta sanitaria que como la mayoría de sus compañeros se siente valorada por sus pacientes y por la gente en general, “Afortunadamente, no he tenido ningún encontronazo con familiares o pacientes, todos los que hemos tenido y se les ha dado el alta, han sido gente muy humilde y nos han agradecido muchísimo toda la colaboración que hacemos. Hay gestos muy buenos. Esos aplausos de las ocho ayudan, levantan el ánimo, y como alguno te haga un gesto más así, se te cae hasta la lagrimilla. La pena es que la valoración tendría que venir de otros lados, porque en el hospital me siento muy bien tratada, pero a nivel estatal me siento desamparada y más viendo lo que hay fuera, con más de 20.000 sanitarios contagiados y no les da la gana hacernos un test. Estamos muchas como yo, con 18 pacientes positivos en Covid, hablando con ellos, tocándolos, muy cerca y que no sean capaces de hacernos una prueba…Puedo ser positiva asintomática y transmitirlo. No están haciendo nada por cortarlo. ¿De qué sirve que nos quedemos en casa si policías, bomberos y personal sanitario seguimos saliendo a la calle y somos asintomáticos? De nada”.
Para tratar de llevar la situación y pese a todo, Irene y sus compañeros tratan de que el humor no falte en el turno de noche, “Nos reímos muchísimo, tenemos un humor muy bueno, porque estoy con un equipo por la noche divino. No tengo queja de ninguno. Ojalá pase todo pronto” concluye Irene poco antes de comenzar un nuevo turno de noche en el Hospital General de Segovia.
De 10 de la noche a ocho de la mañana Irene y sus compañeros viven en primera línea una situación que parece mejorar en los últimos días, aunque han llegado a tener noches con hasta ocho ingresos y con sillas ocupando los pasillos del centro hospitalario. “Hay noches que no te puedes ni sentar. Otras sí, pero sentarte y poco más, porque hay gente con muchas patologías, con problemas respiratorios y tienes que entrar cada dos por tres a echarles un ojo. Los protocolos nos marcan que tengamos el menor contacto posible, porque es un riesgo de contacto, pero sin interferir en las labores que tienes que realizar” destaca Irene, recordando algunas de las diferentes labores que realiza junto a sus compañeros, “ayudamos a los enfermeros, vemos temperaturas, ayudamos a tomar medicinas, todas las medidas de higiene y lo que necesiten los pacientes, que tratándose de respiración pueden ser muchas, desde cambiar humidificadores a controlar el oxígeno”.
El paso de los días también ha hecho que se afronte de otra manera lo que para todo el personal del hospital es una situación nunca vista, llegando a mejorar a nivel organizativo, en parte gracias a que ya no hay tanta concentración de gente en el centro, e incluso ya se puede quedar libre alguna habitación por la noche. “Antes era correr y limpiar porque entraba otro paciente nuevo. Ahora está más desahogada la zona de hospitalización, aunque las zonas de UVI y zonas comunes son las que más carga viral tienen y son las que están más colapsadas. Y van a tardar, porque estas patologías son muy largas y quien está malo, aguanta tranquilamente un mes malo. Esas no se van a desahogar tan fácilmente, tardarán. Son muchas plantas y todas con pacientes de Covid-19. Lo normal es que poco a poco se vaya liberando alguna planta, Dios quiera que alguna recupere sus funciones para otras cosas de gravedad” comenta Irene, sorprendida a su vez por la ausencia de otras patologías ajenas al Covid-19, “he estado en muchas plantas diferentes y nos preguntamos dónde estarán esas apendicitis, esas piedras en la vesícula, esos problemas intestinales. ¿Dónde estará toda esa gente? porque no sabemos, es curioso”.
Uno de los aspectos que más sigue preocupando al personal sanitario son las medidas de seguridad y el acceso a los equipos de protección individual (EPI), “los supervisores hacen todo lo que pueden, porque a ellos el material les llega con cuentagotas y a través de ellos a nosotros. Te van buscando con lista de nombres y están pendientes de que no te falte. Ahora, los protocolos estándares no los podemos llevar a cabo, porque no hay material para ello, así que nos las ingeniamos para hacerlo lo mejor que podemos. Hay veces que llegas a trabajar y hay muchas batas y otras, no las hay. Yo me hago mis propias batas. El día que llego y no hay, las utilizo. No se puede hacer más, porque está el hospital a reventar y nos dan lo que pueden”. Irene también cuenta cómo está viendo contagiarse a varios de sus compañeros dentro del personal del hospital,” auxiliar de enfermería y enfermería, que es lo más directo que yo tengo, sí que caen, pero afortunadamente van mejorando. Son gente leve que lo está pasando en su casa, no han necesitado estar ingresados, salvo algún celador y médicos compañeros nuestros”.
Las medidas de seguridad para Irene no cesan al terminar la jornada laboral, intentando ser lo más estricta posible antes de volver al domicilio familiar que comparte con Rubén, su marido y con sus hijos, Manuel y Gabriel, de diez y seis años. “Cuando vengo del hospital ya vengo duchada, con ropa limpia cambiada y ya me he fumigado mis deportivas con agua y lejía. A mi casa entro por la cochera donde me desnudo íntegra y meto todo a la lavadora, todos los días. Mi marido es el que tiene un poco más de miedo y me dice que tenga cuidado, incluso con el móvil cuando me lo llevo a la boca. Lo que más pena me da es cuando mi hijo pequeño me pregunta todos los días al llegar a casa si hoy traigo el coronavirus y le tengo que decir que lo he dejado en el hospital o cuando me dice que le gusta la canción de Resistiré pero que le da tristeza porque me puedo morir. Eso me rompe, porque me doy cuenta de que por mucho que sean niños, son conscientes de dónde y a qué voy al hospital y lo que me estoy jugando” subraya Irene mientras tiene un recuerdo para sus padres, a los que solo ve cuando va a recoger las batas de protección que su madre le confecciona, “cuando me hace una tanda, voy a su casa, aviso, ellos se ponen mascarilla y guantes, yo igual y siempre a dos metros de distancia me las pasan y para casa”.
Secuelas
Irene no cree que esta situación esté dejando secuelas físicas entre sus compañeros,” secuelas físicas quizás por el cansancio, pero como pueda ser en cualquier otro puesto de trabajo. Psicológicamente, hay muchas cosas duras que estás viendo y oyendo, porque estás tratando con gente enferma que está sola y ese aislamiento durante tanto tiempo da mucho que pensar, con cambios de actitud, ausencias, te transmiten sus sentimientos y son cosas que te hacen salir un poco tocada. Es una enfermedad brutal que estamos apaciguando, pero que no sabemos cómo atajarla”, señala esta sanitaria que como la mayoría de sus compañeros se siente valorada por sus pacientes y por la gente en general, “Afortunadamente, no he tenido ningún encontronazo con familiares o pacientes, todos los que hemos tenido y se les ha dado el alta, han sido gente muy humilde y nos han agradecido muchísimo toda la colaboración que hacemos. Hay gestos muy buenos. Esos aplausos de las ocho ayudan, levantan el ánimo, y como alguno te haga un gesto más así, se te cae hasta la lagrimilla. La pena es que la valoración tendría que venir de otros lados, porque en el hospital me siento muy bien tratada, pero a nivel estatal me siento desamparada y más viendo lo que hay fuera, con más de 20.000 sanitarios contagiados y no les da la gana hacernos un test. Estamos muchas como yo, con 18 pacientes positivos en Covid, hablando con ellos, tocándolos, muy cerca y que no sean capaces de hacernos una prueba…Puedo ser positiva asintomática y transmitirlo. No están haciendo nada por cortarlo. ¿De qué sirve que nos quedemos en casa si policías, bomberos y personal sanitario seguimos saliendo a la calle y somos asintomáticos? De nada”.
Para tratar de llevar la situación y pese a todo, Irene y sus compañeros tratan de que el humor no falte en el turno de noche, “Nos reímos muchísimo, tenemos un humor muy bueno, porque estoy con un equipo por la noche divino. No tengo queja de ninguno. Ojalá pase todo pronto” concluye Irene poco antes de comenzar un nuevo turno de noche en el Hospital General de Segovia.